Inauguro con esta entrada una sección, categoría o como se quiera llamar dentro de este blog para hablar de los otros fotógrafos, los de la ficción, aquellos que nunca existienron pero cuya presencia es casi tan tangible como la de los auténticos maestros de la luz.
Mark Lewis es el nombre del protagonista de una película titulada Peeping Tom (Algo así como el mirón o el voyeur) pero que en España sufrió el título de “El fotógrafo del pánico”, demasiado revelador y propenso al spoiler para mi gusto.
Mark Lewis (Interpretado por el que fuera el archiduque Francisco José en las películas de Sissi, Karlheinz Bhöm) es un operador de cámara fija en películas sin gran importancia. Apocado, tímido y con pocas habilidades sociales, Mark vive aferrado a su cámara de cine portatil de la que no se desprende dondequiera que vaya, para poder captar cualquier escena de interés que la vida ponga a su paso.
Pero, no contengo con filmar la vida como se le presenta, Mark Lewis interviene. El tímido camarógrafo es en realidad un asesino que graba a sus víctimas, siempre mujeres, en el momento de morir. (Gran error de la traducción española, no es fotógrafo del pánico, pues no lo fotografía, lo filma)
Esta situación da lugar a una trama policiaca que no tiene un interés mayor que muchas por el estilo. El personaje del asesino retraído con una infancia atormentada ha sido explotado hasta la saciedad por el cine. Pero lo que convierte a la película en una gran obra es en el tratamiento que hace de la obsesión del protagonista por grabarlo todo, por registrar con su cámara cada resquicio de la vida.
La película es una maravillosa tesis sobre la condición de voyeur que sufrimos todos los que andamos por la vida con una cámara colgada del cuello. La necesidad de guardar registro de la película que la vida proyecta a nuestro alrededor es el auténtico tema de la película. Lo que un personaje llama escoptofilia pero sin el matiz sexual que la palabra tiene, está presente en la profesión del fotógrafo desde que se hace la primera fotografía en la vida.
Los fotógrafos, más allá de reflejar el mundo con nuestro ojo único de cíclope, buscamos atraparla, diseccionarla y catalogarla. Nuestra mirada no es inocente, no contemplamos sino que atrapamos, cazamos, secuestramos.
Hay un momento magnífico en la película que lo resume todo. Cuando el protagonista sale a la calle por primera vez sin su cámara, entonces se muestra ante él un repertorio de escenas interesantes según camina por las calles y su impulso ante ellas es echar mano a la cámara, grabar, registrar, tomar constancia de esos instantes únicos, que ya no se repetirán en idéntica magnitud, que se perderán para siempre como las lágrimas en la lluvia de Nexus 6 pues la cámara del fotógrafo descansa en casa y sus ojos ahora solo son ojos privados del instrumento que los convertía en garras de presa.
En definitiva, una película más que recomendable para los fotógrafos, para los que sentimos la fotografía como algo más que una forma de expresión o de arte, más bien como un impulso primario, pero un impulso maravilloso destinado a la creación de belleza.
Enlace de interés: La ficha de la película en la IMDB