
© Paul Hansen
Hasta el próximo día 13 de octubre se podrá visitar en el Círculo de Bellas Artes de Madrid la exposición de las fotografías ganadoras en la más reciente edición del concurso World Press Photo, que busca premiar lo mejor del fotoperiodismo mundial en cada edición.
A la entrada de la exposiciòn, la organización ha colocado una enorme cámara a través de cuyo objetivo se accede a la sala y que sirve para que los visitantes se retraten en su interior de forma jocosa. Reconozco que me sorprendió ver aquella enorme cámara Canon actuando a modo de photocall por lo frívolo de la situación en la antesala de una muestra de fotos donde prima el dolor y la tragedia, pero tal vez sea un signo del quo vadis actual del fotoperiodismo, o al menos del premiado por el World Press Photo.
La sala de Círculo de Bellas Artes muestra una extensa colección de fotografías de indudable calidad y fuerza pero que no consiguieron que me desprendiera de esa sensación de déjà vu que me acompaña cada vez que acudo a ver este tipo de muestras. No puedo evitar sentir que ya he visto antes las imágenes y que las seguiré viendo en futuras ediciones. No veo nada nuevo, nada que no conozca ya aunque las fotos sean inéditas para mis ojos. Supongo que es inevitable pues los temas siguen siempre los mismos, año tras año, fotógrafo tras fotógrafo.
El dolor, el sufrimiento y la tragedia se mantienen aunque cambien los conflictos, aunque caigan unos tiranos y broten nuevos criminales. La tragedia de una madre que pierde a un hijo es igual en el sitio de Madrid durante la guerra civil que en la guerra de los balcanes o en las calles de Alepo. La muerte tiene el mismo rostro en cada guerra, en cada campo abonado para el dolor, pero los escenarios sociales, políticos y de otra índole han cambiado. Son otros los motivos y otras las situaciones sociales pero no encuentro eso en las fotografías expuestas en el Círculo de Bellas Artes. Sólo veo los mismos recursos de siempre, las mujeres llorando, el humo de las bombas, los cadáveres destrozados, el sufrimiento más visible y más inmediato.
Hace mucho tiempo que echo en falta otro tipo de fotoperiodismo, uno que no esté condicionado por la inmediatez de los medios actuales que exigen tener la foto en el instante para ser mostrada en internet en cuestión de segundos, uno que vaya a la raiz de cada situación, que estudie los factores determinantes de cada caso, que muestre lo que hay más allá de la sempiterna foto de la madre con el hijo difunto en los brazos, de los cadáveres en las calles, que buscan el impacto emocional e incluso sensacionalista por encima del reportaje de fondo, del periodismo con mayúsculas, Echo de menos a Robert Capa, a Eugene Smith, a tantos otros que fotografiaron desde las raíces y a fondo cada conflicto al que acudieron rehuyendo la fotografía fácil que busca el impacto pro encima del reportaje de fondo.
No culpo sin embargo a los fotógrafos, no me cabe duda de que los premiados son grandes profesionales que realizan su trabajo en base a las exigencias de las publicaciones actuales, que son víctimas de nuevos estilos, nuevos modos de entender el periodismo más preocupados por lo inmediato, lo que demanda la sociedad de la televisión privada y de las noticias al instante en internet.
Los medios actuales de difusión de la noticia no sólo influyen negativamente, según mi particular opinión, por su inmediatez y tendencia al sensacionalismo, sino por su abundancia, pues esta da lugar a una saturación visual que insensibiliza al espectador ante la visión del dolor. Hemos visto ya tantas imágenes de personas que lloran la muerte de un hijo en sus brazos, hemos visto ya tantos cadáveres entre escombros, tanta muerte y destrucción, que un nuevo visionado sólo produce indiferencia. De este modo, ante una fotografía tan desgarradora como la del fotógrafo Paul Hansen, ganadora del primer premio, se ha comentado mucho más la anécdota ridícula de un posible retoque de colores que de la tragedia de la que es testigo y portavoz.
Es este un asunto complejo, la prevalencia del impacto en el ojo sobre el impacto en la conciencia, de la inmediatez sobre el reportaje de fondo se va adueñando del fotoperiodismo actual y no parece que la situación vaya a cambiar, ni siquiera sé si debe cambiar o este el derrotero que le corresponde seguir. El dolor es universal y se debe mostrar para intentar evitar su repetición, y no siempre es posible hacerlo al antiguo modo.
La exposición del World Press Photo muestra el trabajo de grandes profesionales y constituye por si misma un retrato de la situación actual del mundo no sólo en su aspecto más trágico. Hay trabajos en categoría de vida cotidiana como los de Søren Bidstrup y su familia o el de las trabajadoras sexuales de Paolo Patrizi que me recuerda tanto a “the waiting game” de Txema Salvans. O las magníficas fotografías de naturaleza de Paul Nicklen y sus pinguinos emperadores o el tiburón ballena de Thomas P. Peschak. Me encanta la fotografía de la mujer lectora en un vertedero de Micah Albert por su poesía y belleza dentro de la situación dramática sobre la que informa. El retrato cotidiano de los Oglala Lakota realizado por Aaron Huey o el retrato desgarrador pero hermoso de Natalia obra de Felipe Dana son muestras de que otro fotoperiodismo es posible.

© Felipe Dana
Creo que la exposición sólo es la muestra de un mal endémico del periodismo actual pero no es su causa y bien merece una visita, aunque sólo sea para después subir a la segunda planta y disfrutar de la exposición antológica de Catalá Roca a la que sólo puedo calificar de imprescindible para cualquier aficionado a la fotografía.