En estos últimos días no se habla de otro asunto en los mentideros fotográficos. En boca de todos está la actitud del ayuntamiento de Barcelona que ha prohibido como cartel anunciador de la exposición World Press Photo, una fotografía de Daniel Ochoa en la que retrata al torero Juan José Padilla durante su vuelta a los ruedos. El ayuntamiento ha argumentado en su descargo que sólo buscaba otras opciones y algún que otro comentario igual de peregrino, pero sea cual sea la explicación de lo inexplicable el asunto es siempre el mismo, la maldita censura.

Desde que el hombre aprendió a expresar sus emociones a través del arte se vio acompañado por la sombra de la censura, por la amenaza de la intolerancia en forma de prohibición. La fotografía, como toda forma de arte, no ha sido ajena a esta lacra y la ha sufrido con fuerza en todos los momentos de su historia siendo su víctima indefensa pues, no nos engañemos, censura quien puede, quien tiene el poder. Son los poderosos los que reprimen y los que prohiben o intentan prohibir lo que no se ajusta a sus esquemas morales o a sus planes de consolidación. Pero el poder es como la falsa monea, que de mano en mano va, con lo cual a lo largo de la historia han sido diferentes las manos que han manejado la temible tijera.
Ancestralmente el poder lo han ostentado los políticos. Ya sean elegidos por el pueblo o contrarios a la democracia, los políticos de cualquier signo han puesto todo su empeño en censurar la fotografía. No nos olvidemos de que fotografía suele ser sinónimo de verdad y que con una imagen se puede llegar a mucha más gente y de forma más directa que a través de palabras u otras vías. Los políticos censuran para reducir la realidad a la de sus postulados ideológicos y de actuación, para no mostrar otras opciones más que la que ellos anuncian.
En el caso del Ayuntamiento de Barcelona, el partido gobernante ha disfrazado de defensa de los animales lo que es en realidad una política de separación de una costumbres que ellos consideran contraria a sus fines independentistas, un galimatías ideológico que ha repercutido en la prohibición de lo que no es más que un retrato de una persona que ejerce su trabajo. Ese disfraz de buena intención hacia los ciudadanos hace más grave su actuación pues rebaja la calificación de la inteligencia de los barceloneses que tiene el partido en el poder.
Pero no siempre la censura política ha recurrido a subterfugios para justificarse, sino que ha acostumbrado a actuar sin ambajes.
De la primera guerra mundial no tenemos apenas un testimonio fotográfico a pesar de que en esas fechas el arte de Niepce estaba suficiéntemente evolucionado como para permitirlo, pero una especie de acuerdo tácito, o más bien coincidencia entre las partes prohibió la toma de fotografías. Poco tiempo después, la llegada de regímenes totalitarios como el soviético promovieron la censura. La costumbre del camarada Stalin de modificar fotografías para eliminar aquello que no fuera de su agrado es por todos conocida. Quizás la más famosa fuera aquella fotografía en la que Nikolái Ivánovich Yezhov, comisario político y mano derecha de Stalin fue eliminado después de que cayera en desgracia y fuera ejecutado en 1940. Para Stalin no era suficiente con acabar con la persona, también era preciso deshacerse de su imagen.

Fueron muchas más las fotografías manipuladas por los gobernantes soviéticos pero en especial por Stalin, que no sólo eliminaba a los que aparecían con él, sino que eliminó a Trosky de una fotografía en la que aparecía con Lenin para borrar su rastro.

Los motivos por los que los políticos ejercen la censura a veces son ridículos. Hitler en persona intentó destruir unas fotografías en las que aparecía gesticulando aparatosamente. Las fotos fueron tomadas a petición del mismo Hitler por Heinrich Hoffman, su fotógrafo oficial y amigo personal. Afortunadamente este no las destruyó.

Otro bando en el mismo conflicto propenso a la censura fue el norteamericano, que durante más de sesenta años ha puesto todo su esfuerzo en ocultar cualquier fotografía que muestre los efectos que causaron las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagashaki, por eso conocemos muchas imágenes sobre el aspecto del hongo atómico pero muy pocas sobre el efecto que este causó.

De hecho la relación de los Estados Unidos con la censura es tan amplia que daría para un artículo en profundidad. En el recuerdo de todos está, por ejemplo, como las fotografías de los abusos cometidos en la carcel de Abu Grahib desaparecieron de google y otros buscadores de forma misteriosa durante mucho tiempo.
La censura política en ocasiones es ridícula, y en su empeño de idealizar a los líderes y protegerles de aquello que les perjudique muchas veces consigue lo contrario, tal y como le ocurrió al gobierno francés cuando prohibió la fotografía tomada a François Hollande en la que este aparecía con un gesto divertido pero ridículo. El efecto conseguido fue el contrario del deseado y la fotografía se difundió por internet debidamente modificada por los aficionados al photoshop que se encargaron de acentuar aquello que se quiso eliminar.

Si la política es la forma de poder más común, existe otra igualmente poderosa pero cuya forma de actuación difiere pues no obtiene su soberanía de los votos o de las armas, sino del terreno impreciso de las creencias, cuyo calado en la sociedad es más sutil y tal vez más peligroso por eficaz.
La religión, en cualquiera de sus manifestaciones, ha intentado a lo largo de la historia de imponer sus criterios morales sobre los de los demás, y los artistas no han sido inmunes. Casi desde que Miguel Ángel viera los genitales de sus figuras púdicamente vestidos por Danielle da Volterra, conocido como Il Braghettone.
La religión católica ha tapado, recortado, mutilado y eliminado imágenes que no se ajustaban a su concepto de lo correcto allí donde su largo brazo ha llegado. Su empeño en ajustar la realidad a su concepción del mundo no es más que otra forma de demostración del poder, como ya dije antes prohíbe el que puede, y ellos han demostrado que pueden hacerlo en múltiples ocasiones.
En el més de septiembre de este año, sin ir más lejos, el fotógrafo español Gonzalo Orquín vio como sus fotografías de parejas homosexuales besándose dentro de iglesias recibían el veto de la iglesia católica que, dado su enorme poder en Italia, amenazó con recurrir legalmente contra la galería L’Opera de Roma, que clausuró la inauguración de la muestra pero que aún así las expuso.

La iglesia, como institución, ha manifestado su afición por la censura abiertamente en repetidas ocasiones con más o menos éxito. Es en Italia, país dentro del cual se encuentra El Vaticano, donde su poder es mayor y su presión más costante, como bien puede constatar el fotógrafo Oliviero Toscani.
Las fotos para campañas comerciales de marcas como Benetton que el fotógrafo ha realizado a lo largo de su carrera no han estado exentas de polémica. Su intención ha sido siempre la venta de un producto mediante la provocación, por aquello de que se hable de uno aunque sea mal, y en ese juego ha caído la iglesia de Roma atacando sistemáticamente sus fotografías, en especial aquellas en las que la provocación de Toscani atacaba directamente a los valores sobre los que se cimienta la iglesia católica y el efecto, al igual que con la fotografía de Hollande, ha sido el contrario, ha contribuído a la difusión de las imágenes y por tanto a las ventas de la marca para las que fueron creadas. El nivel hasta el que una fotografía de este autor puede atacar de forma directa a la iglesia varía, pues no es lo mismo fotografiar a un sacerdote y a una monja besándose (provocación directa) que a parejas de homosexuales en actitudes ligeramente eróticas (ninguna provocación), en todos los casos, la Iglesia ha golpeado con su aguijón.


Esto es en lo referente a la iglesia católica. Las autoridades religiosas musulmanas no acostumbran a andarse con rodeos, su censura suele consistir en la eliminación del fotógrafo o del medio por la vía más rápida y dramática. Y del resto de religiones no tengo constancia.
Cambian los tiempos y cambia el poder, lo mantienen los políticos y la religión, pero toma nuevas formas auspiciadas por las nuevas tecnologías.
Esa trampa seductora en la que todos hemos caído y que recibe el nombre de redes sociales es ahora mismo una de las formas de poder y autoridad más refinada por su sutileza. Detrás de Facebook, Twitter, Instagram o similares y de su labor innegable de cohexión social, están las personas que las crearon y manejan, y como tales están sujetos a ideologías y creencias y a la tendencia natural del ser humano a imporner las suyas propias sobre las demás.
El origen de casi todas estas redes está en los Estados Unidos, un país cuyos valores morales ven con muy buenos ojos la apología de la violencia pero encuentran el mal más absoluto en el erotismo y el sexo. Esta hipocresía de base ha llevado a las redes sociales más importantes a prohibir la difusión de fotografías sólo porque a sus creadores no le resultaban apropiadas.
Al ser la más extendida y la de contenido más variado, Facebook es la que tiene un historial censor más amplio.
No hace mucho saltó a la fugaz fama de internet la fotografía en la que Anastasia Chernyavsky se autoretrataba desnuda con sus dos hijas. Una bellísima imagen que fue retirada por Facebook al igual que lo fuera la portada del disco Night Work del grupo Scissors Sisters. Esta portada reproducía una fotografía de Robert Mappelthorpe, el fotógrafo caracterizado por sus desnudos y escenas homosexuales pero que en este caso había fotografiado de forma inocente los cuartos traseros de un hombre vestido con leotardos.


Los criterios censores de Facebook son inexcrutables y el motivo por el que una foto es censurada mucha veces es tan turbio que parece obedecer más al capricho de algún community manager que a cualquier otra lógica. A continuación muestro algunas de estas fotografías que fueron eliminadas por la red social sin que nadie tenga una idea clara de por qué.

No solo Facebook censura, Instagram se ha sumado al carro de la tijera prohibiendo una fotografía en la que una madre amamanta a su hija haciendo yoga, lo que les debe haber parecido el colmo del despropósito.

Aunque como cualquier forma de censura, esta es deleznable, no hay que olvidar que el que acepta participar en las redes sociales acepta acatar unas normas, que aunque puedan resultar ridículas ante nuestros ojos, han sido aceptadas voluntariamente y a ello hay que atenerse.
Las redes sociales censuran aunque en teoría su función sea la de fomentar las relaciones entre las personas, no separarlas y enfrentarlas. ¿Por qué Facebook o Instagram prohíben si funcionarían igualmente si no lo hiciera? ¿Qué lleva a sus creadores a eliminar fotografías y contenidos más allá de los gustos personales de quienes las manejan?
Es aquí cuando entra en juego el nuevo poder, el menos aparente pero el que en estos últimos tiempos se está convirtiendo en la más poderosa herramienta censora que existe. Hablo del poder de las minorías.
En esta época donde la obsesión por la corrección política se ha impuesto encaminándonos hacia un pensamiento único ñoño y plano, cualquiera se considera con derecho a prohibir lo que vaya en contra de sus componendas morales y mentales. La comprensión y el respeto hacia formas de pensar diferentes a la de cada cual parece ser una reliquia del pasado, ¿Para qué puedo admitir otras opciones si la mía puede ser la única? parece ser la idea más generalizada.
Colectivos feministas o machistas, amantes de los animales o aquellos que les dan muerte, vegetarianos o carnívoros, integrantes de cualquier orientación sexual, cualquier colectivo grande o pequeño se considera con derecho a exigir que el mundo tenga su propia medida.
Hace un par de años, el festival de teatro de Mérida fue noticia en todos los diarios, no por la excelencia de las obras representadas, sino por la polémica organizada alrededor de una exposición de fotografías y de una de esas fotos en particular.
Dentro de la agenda del festival se presentaba la muestra “Camerinos”, del fotógrafo Sergio Parra en la que se retrataba a actores en sus camerinos, justo antes de comenzar la función. Parra realizó unas 60.000 fotografías de grandes actores durante sus preparativos en los camerinos. De entre todas ellas se seleccionaron cincuenta fotografías y sólo una de ellas desató las iras de algunos colectivos. Se trataba de una hermosa imagen que muestra al actor Asier Etxeandía preparándose para actuar en la obra ” Inferno” basada en la Divina Comedia y en la que aparece con un escapulario cubriendo su pubis. Sergio Parra no colocó ninguno de los elementos que aparecen en las fotografías, tan solo tomó las imagen como lo hizo con las demás de la serie.
Cuando esta fotografía se expuso en Mérida, a la dirección del festival le llovieron las quejas airadas de quienes habían visto ofendida su moral por una cuestión religiosoa, si bien no era la iglesia la que actuaba como censora, sino los particulares que, en lugar por optar por no visitar la exposición, decidieron luchar por su prohibición aplicando aquello de que lo que no era bueno para ellos no lo era para nadie. A esta presión se sumó la de alguna dirigente política de la junta de Extremadura. La presión fue tal, que las directoras del festival no sólo acabaron por retirar la imagen, sino que al acabar el festival se vieron obligadas a dimitir de sus puestos.

Volviendo a Italia, un país hermano en cuanto a la afición por la prohibición, fue el llamado “Instituto de Autodisciplina Publicitaria” el que, en base a una supuesta ofensa a la moralidad, consiguió la prohibición de un calendario publicitario del consorcio de empresas “Vera Pelle Italiana Conciata al Vegetale”, especializado en el curtido de pieles. Las fotografías, que reproducían doce pubis femeninos eran obra, como no, del enfant terrible de la fotografía italiana, el señor Toscani.

También en Italia ha sido donde las fotografías de Gonzalo Orquín que intentara suprimir la jerarquía católica han sufrido el vandalismo de un grupo de encapuchados que las destrozaron con Spray.

Pero el más desgraciado ejemplo del poder nefasto de las minorías está en la triste historia de Kevin Carter, el fotógrafo sudafricano que tomó en 1993 la fotografía del bebé senegalés llamado Kong Nyong, famélico y desnutrido, acompañado de un buitre que parecía estar al acecho esperando su muerte.
No era eso lo que la fotografía mostraba, era sólo la constatación del estado en que el bebé se encontraba. En realidad el bebé estaba atendido y su vida no corría peligro.
Aunque la fotografía le valió un premio Pullitzer fue lo peor que le ocurrió en su vida.
Cuando el New York Times publicó la fotografía, ese ente impalpable pero poderoso que llamamos opinión pública se volvió en su contra. El periódico comenzó a recibir incontables correos y llamadas en las que acusaban al fotógrafo de ser casi un asesino por no haber ayudado al bebé a sobrevivir. Nadie se cuestionó qué ocurrió realmente con el bebé ni mucho menos si un fotógrafo de prensa debe intervenir en cada situación dramática que se le presenta ante sus ojos. Miles de personas se convirtieron en feroces censores que atacaban al fotógrafo y ejercían un oscuro derecho a la prohibición de lo que no les gusta.
La presión fue tan grande que hizo caer a Carter en un estado depresivo profundo y este hecho, agravado por la muerte de su mejor amigo, le llevó al suicidio.

No nos libraremos nunca de la censura, es un mal que acompaña al arte como una parásito que le limita la vida. Espero que este texto sea una pequeña sacudida que ayude a desprendernos un poco de la tenaz mordaza de esa rémora.