Publico una nueva reseña de un libro fotográfico de interés. Al igual que la anterior, esta ha sido publicada en www.camaramagazine.com
Carlos Pérez Siquier (Almería, 1930) es, sin lugar a dudas, uno de los más grandes fotógrafos españoles, lo cual le ha valido un reconocimiento internacional y también nacional pues fue premio nacional de fotografía en 2003.
Pero la obra de este maestro es desconocida para gran parte del público, tal vez por aquello de ser profeta en tierra propia. Tal vez para remedar este desconocimiento, tal vez sólo porque lo merece, ha visto la luz este libro que, como reza su título, resulta esencial para cualquier apasionado de la fotografía española.
El instituto de Estudios Almerienses de la Diputación de Almería y la Casa Museo “Casa Ibáñez “, en colaboración con los ayuntamientos de Almería y Roquetas de Mar, el grupo Cosentino y la Ciudad Autónoma de Melilla se han unido para dar a luz esta obra de 400 páginas que reúne cerca de 300 fotografías del autor acompañadas por textos de Juan Manuel Martínez Robles.
Esta magna obra se encuentra organizada en base a bloques temáticos, cada uno con una entidad propia aunque la mirada particular de Pérez Siquier sea el común denominador en todos ellos.
La Chanca. 1956 – 1965
Las fotografías en blanco y negro con las que se abre este primer apartado, muestran al barrio almeriense de La Chanca como un conjunto de casitas blancas desperdigadas en la falda de La Alcazaba como si fueran los juguetes de un niño, como cubos de un rompecabezas descompuesto. Pero este aparente juego escondía en aquellos años, y aún hoy aunque en menor modo, una bolsa de miseria que bullía de vida, la vida que las fotografías de Siquier captaron con precisión y pasión.
Hay en estas fotos de gitanillos felices algo del tipismo tan aplaudido por la oficialidad cultural de la época pero no exento de denuncia, una mirada agridulce, un desgarro que muestra la realidad detrás del folclore.
Entre las fotografías, algunas recuerdan a la serie “Spanish Village” de William Eugene Smith, pero no es en este caso la mirada de un extranjero la que fotografía la pobreza española de la época, sino la de alguien que se ha criado en Almería y conoce su realidad como pocos. Hay algo del documentalismo condicionado de Eugene Smith, pero hay mucho más del realismo luminoso de Antonioni.
Fotografías en blanco y negro, el blanco de las fachadas, el negro de las vestimentas, del luto eterno de los gitanos. Tanto importan en estas fotos las personas como los edificios, los objetos, el entorno en el que transita la vida de La Chanca, de toda España en aquél momento.
Y, de repente, aparece el color. Un color que incide en la decadencia, en la miseria. Son más tristes las fotografías que muestran el color vibrante de La Chanca, las que muestran la capas de pinturas sumadas en una misma pared y los mapas inciertos que esta dibuja al desprenderse que los retratos amables pero dramáticos de gitanos erráticos.
Almería. 1956 – 1975
Almería es un pueblo que vive desde siempre la ilusión de ser ciudad. En ese delirio de grandeza tal vez no deseado vive una ciudad pequeña en su geografía y grande en su riqueza cultural.
Olvidada incluso por la Andalucía de la que estuvo a punto de desprenderse por aquellos vaivenes de la política, la ciudad vive una vida en comunidad, desinhibida y espontánea. En Almería, sobre todo en los barrios que abrazan el centro, la gente sale a la calle como al patio de su casa.
En las fotografías de Pérez Siquier aflora la vida de una provincia que se repliega sobre si misma y atrapa consigo el tiempo resignado a interrumpir su fluir.
Aparece en estas fotografías la Almería cotidiana, la que permanece ajena a grandes fastos y se ocupa de sobrevivir con éxito a cada nuevo día. Son los almerienses los que protagonizan esta crónica de su provincia por encima de la arquitectura o cualquier otro reclamo de turistas. Son las fotografías de lo bizarro y lo hermoso de una tierra pequeña que no necesita ser más grande.
La Isleta del Moro. 1970
Actual refugio de hippies y otros escapados de la cárcel de las redes sociales, el tráfico y las hipotecas, La Isleta del Moro es un diminuto paraíso de casitas blancas y calas siempre vírgenes sumergido en una luz irreal.
Lo era ya en el año en que Carlos Pérez Siquier retrato la vida de sus habitantes, de los oriundos y de los que llegaban a ella en busca de su particular mundo feliz.
Es un reportaje calmado, empeñado en mostrar el lado idílico de una comunidad de pescadores y recién llegados, y lo es tanto que casi cuesta creerlo aunque sé que así es La Isleta del Moro como así es Almería, una isla de Nunca Jamás, no en los mapas sino en el alma.
Retratos. 1958-2014.
Pérez Siquier fotografió de forma constante a sus amigos, a los fotógrafos del mítico grupo AFAL del que fue miembro destacado, a los pintores indalianos.
Se recogen aquí muchas de esos retratos, de las miradas clavadas en la cámara del fotógrafo almeriense durante su vida como autor.
Aparece Jesús de Perceval, el líder del movimiento indaliano, fotografiado en diferentes lugares y ambientes. Aparece el Psiquiatra José Arigo en un retrato que parece aquél que Cartier-Bresson hizo de Matisse pero en este no hay palomas, sino libros y cajas de medicinas.
Hay, entre todos ellos, uno que me gusta especialmente, el de un jovencísimo Ramón Masats, tomado en 1958, cuando sólo tenía 27 años y no era el señor de cabellera blanca que muchos hemos conocido, sino un fotógrafo del que ya se hablaba y se intuía que llegaría a ser uno de los grandes nombres de nuestra fotografía.
La Playa. 1972-1996
Son estas las fotografías por las que muchas personas identifican la obra de Pérez Siquier fuera de Almería. Esta es la serie en la que su mirada cambia, se hace más certera y mordaz, y es sobre todo la serie de fotografías en las que el color entra en su vida para quedarse.
Con un planteamiento estético cercano a Stephen Shore o a William Egglestone. En el espejo de estas fotografías se reflejaría algún año más tarde Martin Parr
Para las fotos de playa, Pérez Siquier abandona cierto tipismo documental para adentrarse en lo estrafalario que es parte de la identidad mediterránea pero sin abandonar el respeto por lo fotografiado.
Sus fotografías muestran la desinhibición de veraneantes y otros pobladores de la arena ardiente, aquellos que acuden allí a dejar que el sol se apodere de sus cuerpos.
No sólo el color es protagonista, también lo es la simetría y una muy cuidada composición. Bañadores de colores estridentes, atiborrados de carne humana, componen bodegones bizarros, como fetiches pseudo-eróticos de los adoradores del olor a bronceador o a sardinas asadas en un chiringuito.
En un momento de su historia en el que Almería se abría al turismo extranjero y las playas comenzaban a mostrar un sarpullido de alemanas o las famosas suecas exuberantes y exentas de tabúes, Pérez Siquier se centra en la mujer mediterránea, en sus curvas, en sus excesos, en la celulitis y en las varices que, atrapadas por su lente, son fuente de belleza.
Color del Sur. 1980 – 2012
Color, y geometría, como protagonistas omniscientes. En estas fotos es más Egglestone. Pero eso no significa que su mirada no sea particular, al contrario, aquí el maestro demuestra su singularidad capturando la luz mediterránea a través de retratos de objetos que estallan ante la mirada del espectador como un espectáculo de pirotecnia geométrico y colorista que tiene algo de sublime.
En sus fotografías de coches enfundados y paredes de colores está Almería y están otras partes de Andalucía, está lo que las une, la luz, el color, una fuerza vital única.
Informalismos. 1990 – 2000
Si en las fotos tomadas en la playa la mirada de Pérez Siquier se había vuelto más concreta, más centrada en lo particular, ahora reduce aún más su campo y son los detalles los que conquistan su lugar en la obra del autor almeriense.
Pérez Siquier acerca su cámara a las paredes del sur, a las manchas de pintura, a los relieves de sucesivos encalados, los trazos ilegibles pero caligráficos de la pintura en las paredes de casas derrumbadas. Cal, barro, pintura, sombra y luz rozando la abstracción. Y entre todas las fotos, una que me fascina e inquieta desde la primera vez que la vi hace ya muchos años. La tomó en Nijar en 1992 y no deja de atrapar mi mirada un conejo sobre una pared que no sé si está disecado, sólo muerto o vivo a punto de escapar de un violento salto.
El viaje. 2001-2002.
La crónica de un viaje, o de la suma de muchos, en fotografías tomadas en el tren, desde el tren, en espacios de tránsito.
Fotografías movidas, impresiones fugaces, fogonazos de luz que son retazos de historias inconclusas.
Aquí, Carlos Pérez Siquier parece otro fotógrafo, más cercano a la fotografía Instagram, seducido tal vez por la inmediatez de lo digital que siempre induce a explorar nuevos campos.
Resumiendo, este es un libro magnífico que no nos llega de manos de ninguna editorial especializada, como suele ocurrir, sino de instituciones y organismos oficiales empeñados en realizar una tarea divulgativa impecable sobre la obra de un paisano. Ocurre esto tan poco a menudo que de por sí ya es motivo de celebración, y este regocijo es doble cuando uno se sumerge en la luz mediterránea que emana de las fotografías de Carlos Pérez Siquier.
Datos de interés:
Edita: Museo Casa Ibáñez y el Instituto de Estudios Almerienses. (I.E.A)
Colaboran: Consejería de Cultura de la Ciudad Autónoma de Melilla, Ayuntamientos de Almería y Roquetas de Mar, Empresa Cosentino S.A
Texto: Juan Manuel Martín Robles
Digitalización y retoque fotográfico: Carlos De Paz
Diseño: Andrés García Ibáñez
Maquetación e impresión: Cartel C.B. de Olula del Río
ISBN: 978-84-8108–584-6