Supongo que sería Eggleston el primero en encontrar belleza tomando instantáneas de su realidad más cercana sin tener en cuenta el momento decisivo ni buscar captar escenas únicas, sólo fotografiando en color lo que más a mano tenía, lo que a nadie se le había ocurrido fotografiar. Otros como Stephen Shore o más tarde Martin Parr se convirtieron en maestros de lo cotidiano y lo anodino elevado a la categoría de obra de arte. A rebufo de los maestros surgió una legión de imitadores, o simplemente de fotógrafos fascinados por la fuerza plástica de lo vulgar y cotidiano pero cargado de vida.
© Dorel Frumusanu
Me gusta localizar a estos fotógrafos, comparto su fascinación y siempre es un placer encontrar alguno que tiene una nueva mirada, un punto que lo diferencia del resto. Recientemente Behance.net me concedió un nuevo descubrimiento, Dorel Frumusanu.
De las muchas series de fotos que tiene en su portfolio de Behance, me interesa sobre todo, por temática y calidad fotográfica, la titulada Balkanik Beach, en la que fotografía a la gente que acude a las playas en busca de un rayo de sol que consiga colarse entre la multitud y atravesar una armadura de protector solar.
© Dorel Frumusanu
Las playas en verano son terreno abonado para la falta de inhibición, los bañistas se liberan de tapujos y se exhiben en entornos urbanos masificados sin importarles el qué dirán. Esto es lo que Frumusanu retrata, gente extraordinaria en los entornos más ordinarios, apuntando su lente hacia aquellos lugares o escenas en los que lo vulgar, lo cutre, se convierte en la tónica dominante. Y lo hace con maestría, con un ojo entrenado capaz de captar escenas brillantes, únicas, que constituyen una crónica de un territorio azotado por la pobreza que intenta divertirse como lo hacen los ricos, aunque sea entre cascotes y bloques de cemento lamidos por un mar triste y casi muerto.
© Dorel Frumusanu
© Dorel Frumusanu