La generación Instagram

Instagram nació hace sólo ocho años como una aplicación para compartir fotografías cotidianas con los contactos más cercanos y, en este tiempo, se ha convertido en la red social fotográfica más importante, hasta el extremo de que muchas personas no pueden disociar fotografía e Instagram.
Hoy en día, si queda alguien que no sabe qué es Instagram, la ha oído nombrar y tiene una idea lejana. Se ha implantado en la sociedad de tal manera que genera un encendido debate entre sus defensores y sus detractores. Como algunas personas, sobre todo alumnos, me piden a menudo mi opinión, aquí la dejo, anda a caballo entre ambos bandos aunque mi conclusión es positiva.

© Fran Mart

El formato y tamaño del teléfono, que para algunos es una ventaja, es un lastre para mí. Instagram no permite subir fotografías desde un ordenador y no hace muy cómoda la navegación si no se usa un teléfono, eso reduce las posibilidades de apreciar la obra de otros fotógrafos como se merece, reducida a las dimensiones de una pantalla de teléfono.
Si en cada bolsillo hay un teléfono móvil, casi en cada uno hay Instagram. Son tantos los que usan la aplicación que se llega a la saturación desde diferentes caminos. Hay exceso de imágenes, demasiadas personas subiendo fotos intrascendentes, detalles de sus vidas privadas sin interés excepto para ellos mismos. Hay una voluntad por documentar lo más trivial y convertirlo en relevante que alcanza su cota más alta en el uso de selfies.

© Marcos Alberca

El autorretrato telefónico es el mayor exponente del principal problema de esta red fotográfica, fomenta ese culto al ego que es ya una de las principales características de esta época. Instagram es campo abonado para egolatrías y fotografías vanas y olvidables, siempre bajo la tiranía del me gusta y el follow o el unfollow, pero no es menos cierto que tenemos control absoluto para luchar contra la invasión de morralla fotográfica. Como en cualquier otra red social, podemos decidir a quién seguimos y, por lo tanto, qué contenido aparecerá en nuestro teléfono móvil. Eso siempre que la censura de Facebook, propietario de Instagram, no actúe sobre las imágenes aplicando lo que llaman el shadow ban, un método de censura que condena al ostracismo mediático a quienes no son de su agrado sin que el propio usuario lo sepa.
La capacidad de decidir qué contenido veremos al abrir la aplicación resta gran importancia a las principales objeciones que se le hacen a Instagram. Hay mucho que ver, muchas imágenes de gran calidad, y nosotros decidimos qué vemos y qué aportamos a la red y es ahí donde reside, a mi juicio, la grandeza de Instagram.

© Señor Zeta

Hay millones de personas subiendo fotos a diario, no todas son selfies o foodporn. Instagram es un lugar excelente para encontrar el trabajo de grandes artistas que han decidido mostrar su trabajo para disfrute de sus seguidores. Podemos detenernos en sus cuentas para admirar su obra, si bien es cierto que el formato de Instagram nos induce a juzgar a un autor por una sola imagen y pasar de largo, a por otro, y luego otro. Aún así tenemos el poder de seguir a excelentes artistas, no sólo los clásicos, sino nuevos talentos que tienen mucho que ofrecer.
Pero, dejando a un lado la larga serie de lugares comunes que todos conocemos, en mi opinión lo más grande de Instagram es que está creando una generación de apasionados por la fotografía.
Son fotógrafos jóvenes que viven la fotografía como una parte inseparable de su vida y aprecian el valor de una imagen como ninguna otra generación anterior lo había hecho. En muchos casos les atrae hacia la fotografía el éxito descomunal de algunos “influencers” que han hecho de su imagen propia un próspero negocio, los imitan, y para ello comienzan a aprender técnicas y trucos, a comprar equipos profesionales y a dedicar un tiempo precioso a la fotografía.

@ Hi Clavero

Comienzan como aspirantes a vendedores de ego y así descubren el poderoso influjo de la fotografía, siguen las cuentas de grandes fotógrafos y procuran imitarlos, y tras la imitación, rizar el rizo con un más difícil fotográfico, y así se está creando una escuela de fotografía que abarca todo el ámbito mundial.
Si alguien hace una foto a un modelo adornado con luces de colores o subido en un balcón, todos lo hacen también, pero en el camino de la imitación buscan ir más allá, encontrar un nuevo recurso que nadie haya usado, fotografiar desde un nuevo ángulo o encuadre, con luces o entornos diferentes, etc.
En cualquier gran ciudad es fácil salir a la calle y encontrarse con estos nuevos fotógrafos, algunos fotografían con un móvil como si fuera una pistola, disparo y fin, pero muchos dominan equipos profesionales, buscan las luces, los escenarios urbanos, se arrastran por el suelo o se cuelgan de un árbol, les pica el gusano de la fotografía y en cada uno de ellos habita el germen de un futuro fotógrafo. Los instagramers están siempre ansiosos por ver nuevas fotografías y aportar las suyas, compararse para superarse, eso deja una huella en ellos, un gusto por la imagen y un aprecio por la calidad fotográfica que, si bien nace de la saturación de malos contenidos, cala en ellos y, en muchos casos, los convierte en buenos fotógrafos.
Y como las redes son al final una sola, algunos comunican sus descubrimientos en forma de vídeos colgados en Youtube, muestran sus sesiones fotográficas, informan de trucos y técnicas y así la escuela continua. No son vídeos amateurs grabados con un móvil, son excelentes comunicadores que se manejan en las aguas de Youtube pisando con pie firme y sentando las bases de un futuro prometedor.

© Roselino López, modelo @Ismalele7

En definitiva, creo que la forma en la que Instagram está influyendo a los más jóvenes, que usan esta red como un modo de expresión cotidiano, acabará por dar grandes resultados porque ya estamos viendo excelentes fotografías, y yo espero verlos y seguirlos.

Para concluir, dejo enlaces a las cuentas de algunos de esos nuevos fotógrafos en Instagram y en Youtube, creo que merece la pena echar un vistazo.

La mía, perdón por el autobombo.
Marcos Alberca en Instagram.
Marcos Alberca en Youtube
Señor Zeta en Instagram.
Señor zeta en Youtube
Hi Clavero en Instagram.
Hi Clavero en Youtube.
Fran Mart en Instagram.
Brandon Woelfel en Instagram.
Brandon Woelfel en Youtube. 

¡Cámaras si, por favor!

¡No soy un criminal!

Disculpen ustedes la vehemencia con la que comienzo este texto, pero creo necesario alzar la voz y dejar claro que los fotógrafos no somos criminales, las cámaras no son armas, no robamos ni cometemos agresiones.
Ya escribí otra entrada en este mismo blog tratando este tema que cada vez me preocupa más, la criminalización del fotógrafo por parte de instituciones, lugares y personas, cada uno por sus motivos diferentes, todos equivocados según yo lo veo. Desde hace un tiempo siento que los motivos que me llevaron a escribirlo se han intensificado, y por ello me lanzo a una nueva reivindicación.
Comencé a tomar fotografías a finales de los años ochenta y, desde entonces, he pasado algunos de mis mejores momentos pateando las calles ocupado en la toma de fotografías. En este tiempo he observado un cambio en la actitud de los que se encuentran con un fotógrafo en la calle. Antes, la gente sonreía por instinto ante la visión de una cámara, incluso posaba, ahora su gesto es de recelo y desconfianza cuando no de hostilidad.
Ignoro el motivo real de este cambio pero puedo achacarlo a un malentendido generalizado. Desde que un puñado de famosos de medio pelo comenzó a dar la lata en los medios reivindicando su derecho a la propia imagen y a no ser “robados” si no había dinero de por medio. Tal vez sea este el origen de un sentimiento que se ha instalado entre muchas personas, el que confunde el uso no autorizado de la imagen de alguien, con nombre y apellidos, con la toma de fotografías callejeras a rostros anónimos.

Empiezo a estar muy harto de sentirme vigilado y condenado de antemano cuando voy por la calle con la cámara en la mano. Harto de que alguien, en actitud hostil, se me acerque y exija ver mis fotografías porque presume que ha sido fotografiado (Curioso, casi nunca ha sido así). Harto de explicar que mis fotos son mi obra y que la muestro a quien yo decida, que no me pueden obligar. Harto, muy harto, de ser amenazado con llamar a la policía mientras me pregunto qué delito cometí. Harto de tener que zanjar la situación de la forma más rápida y pacífica posible, insistiendo en que para nada me interesa tomarles una fotografía, pues si les explico que la policía tampoco tiene poder para hacer que muestre mis fotos, que sólo me podría obligar un juez, la cosa puede acabar mal.
Qué pesado se hace tener que explicar constantemente a mis alumnos de cursos de fotografía o a quienes ven mis fotografías, que no robo nada, que no he vulnerado ningún derecho. Que no he violentado la intimidad de nadie si mis imágenes han sido capturadas en plena calle. Que si alguna de mis fotografías pudiera tener algún valor o interés, no es por la identidad de quien en ella aparece, sino por la escena captada, por la luz, el color o cualquiera de los elementos que dan interés a la fotografía. No soy un paparazzo, no fotografío personas concretas por el beneficio que su imagen me pudiera proporcionar, sólo documento la vida en las aceras, fotografío por puro placer, no por lucrarme. Tomo un registro del mundo que nos ha tocado vivir en este principio de siglo. No hago más que lo que hicieron muchos de los grandes maestros (sin estar a su altura, claro), sin ellos no sabríamos ni la mitad de lo que sabemos sobre las sociedades de sus épocas.

En cada esquina hay una cámara de seguridad, un móvil haciendo un selfie. Nuestra imagen queda captada y registrada a cada paso que damos, pero el rechazo sólo se manifiesta hacia lo que algunos llaman “cámaras buenas”, no hacia un móvil o una cámara de vigilancia. Ahí está el problema, que en el fondo de todo esto se encuentra el poderoso caballero. Que lo que parece irritar a tantos no es haber sido fotografiados, sino que la fotografía en la que aparece su imagen pueda tener suficiente calidad como para generar dinero a sus expensas. Insisto en la diferencia entre paparazzis y fotógrafos de calle, es importante.
Sucede, además, algo curioso. Son muchos los que se oponen a los fotógrafos que salimos a fotografiar las calles, pero corren al kiosco a comprar el último número de National Geographic, porque salen unos negritos muy monos. Parece ser que no hay derechos en otros países, en otras culturas, sólo los supuestos derechos particulares de cada uno.

Esta persecución contra la fotografía no afecta sólo a los peatones, por desgracia se ha extendido y son muchos los que sacan provecho del miedo a la cámara mediante prohibiciones y tasas.

¿Por qué está prohibido tomar fotografías en edificios desde la calle? ¿Por qué se prohibe tomar fotografías, por ejemplo, en una iglesia sostenida con el erario público? En estos casos la cuestión es más grave, pues además se cobra entrada a edificios que todos pagamos. ¿Qué daño puedo hacer yo en un templo con una cámara? ¿Por qué no puedo tomar fotos en mercados, estaciones y un larguísimo etcétera de lugares vedados a la fotografía?. A no ser que el fotógrafo pague, en ese caso, se acabó el problema. ¿Y el flash, es una nueva arma de destrucción masiva? Entiendo que el flash en un museo esté limitado, tiene lógica, pero no en cualquier sitio por sistema.
Se prohiben las cámaras en centros comerciales y lugares públicos, pero nadie impide los teléfonos móviles que registran cada rincón del mundo con sus lentes. Se prohíben los trípodes, pero no los odiosos palos de selfie que se han convertido en una plaga, un virus que infecta las fotografías de lugares célebres, cada vez más difíciles de fotografiar sin un palito por delante.

Perdonen, como decía, la arenga, pero me siento hastiado con esta materia, llevaba tiempo pensando en escribir sobre ello, tomando notas, y este artículo en Xatakafoto me ha animado a hacerlo, creo que debemos ser muchas las voces que reivindiquemos este asunto. Me indigna esta cuestión, no tanto por ser fotógrafo, sino porque considero que es injusta, absurda, que nace del desconocimiento y que, tal vez, pueda contribuir a solucionarlo con este texto. 

Se me ha ocurrido una idea, bastante peregrina, pero aquí la dejo. He creado un diseño que he situado al comienzo de este artículo, es un simple emblema reivindicando la fotografía. Pinchando en la imagen se puede acceder al diseño en tamaño mayor para imprimir, pegar, o difundir. Para que se convierta en un lema, para que difundamos el amor por la fotografía. A ver si entre todos aportamos algo de cordura.

Taller de Street Photography en Lavapies

Hago fotografía desde finales de los ochenta, cuando entré en este maravilloso mundo casi por casualidad.
Desde entonces he capturado todo tipo de fotografías, pero desde el primer momento me decanté por las personas y por su vida en sus calles.
Antes de conocer términos como “Street Photography” ya retrataba la vida en las aceras, por pura pasión.
Ahora ha llegado el momento de compartir mis conocimientos en un taller que impartiré el fin de semana del 17  y 18 de Junio, dentro del espacio de Ultramarinos La Vida tiene Sentidos.

Contenido del taller.

En este taller trataremos diversos aspectos relativos a la fotografía de calle, de gran importancia

Aspectos Técnicos

-¿Cual es el mejor equipo?
-¿Qué lente me conviene?
-Iso, exposición, etc.

Aspectos estratégicos.

-¿Cómo puedo ser invisible?
-¿De qué forma me anticipo al instante decisivo?
-Psicología de mis modelos
-Ritmos y tiempos

Grandes maestros.

-Descubre el trabajo de los grandes maestros y su forma de trabajar.

Aspectos legales.

-Conocerás detalles importantes sobre la legislación referente a derechos de imagen y fotografía de personas.

Práctica

-Y para concluir, practicarás lo aprendido fotografiando las calles de Lavapies.
Barato, divertido, instructivo.
¿Te lo vas a perder?

Tienes toda la información para apuntarte y sobre el lugar, la página de La Vida tiene Sentidos:
http://www.lavidatienesentidos.com/evento/taller-de-street-photography/
Te espero.

Dos añitos

Hace hoy dos años inicié la aventura de este blog.
Comencé sin tener muy claro por donde discurriría su trayectoria, como se suele hacer siempre en estos casos. Poco a poco, ha devengado en una suerte de confesionario fotográfico, en un espacio donde plasmar mis inquietudes, mis impresiones, mi forma de ver la fotografía, mi gran pasión.
En este blog he sido cronista de la actualidad fotográfica, he escrito dando rienda a mi opinión más particular, he reseñado obras de otros autores (Algunas con mucho éxito, como las miradas orientales) y en general me he expresado sobre aquello que más me interesa en la fotografía cada vez que he tenido algo que contar, sin forzarme a periodicidades ni plazos de entrega.

Sólo puedo decir que sigo con la misma ilusión que cuando comencé, o aún más, y que hay mirada de Polifemo para rato. Por lo pronto, PhotoEspaña 2015 se acerca y allí estaré para contarlo.
Gracias a todos los que me seguís y a los visitantes ocasionales.

Y como me sentiría extraño publicando una entrada sin fotografías, os dejo una de las últimas que he hecho.
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Cumpleaños feliz

Hoy hace un año que comencé a redactar este blog.
Como suele ocurrir con este tipo de cosas, uno no sabe por qué derroteros transcurrirá la vida de un blog que nace, ahora que ya ha pasado un añito puedo decir que estoy bastante satisfecho.
Este blog me ha reportado algunas alegrías, me ha permitido expresarme, dar salida a gran parte de lo que bulle en mi cabeza en lo que a fotografía se refiere y sobre todo ha supuesto un contínuo aprendizaje.
La tarea de documentación realizada para elaborar muchas de sus entradas me ha descubierto la obra de fotógrafos que desconocía y en general ha abierto mi mente y ampliado mi visión.
Espero que cuando cumpla dos años pueda seguir diciendo lo mismo, o más aún.

FELIZ CUMPLEAÑOS.

Serrano en FV

Desde que me decidí a crear mi página web de fotografía y este mismo blog, poco a poco voy encontrando respuesta, eso que algunos se empeñan en llamar feedback.
Tengo un grupo de lectores fieles y otro grupo bastante nutrido sigue mis fotografías, lo cual siempre es un placer pues no hay que olvidar que los fotógrafos hacemos fotografías para que otros las vean. Si, ya lo sé, que queremos contar una historia, que nos expresamos, que es algo que llevamos dentro y todo eso, cierto, pero sobre todo buscamos que a otros les gusten nuestras fotos, y si nos lo hacen saber, mucho mejor.
Desde que empecé a ser fotógrafo en la red, como decía, he encontrado respuestas, algunas, como la publicación en la revista digital Tiempos Modernos o las reseñas que escribo para www.camaramagazine.com, pero de todos modos me siento como una medium de una película de woody allen o similar, que está convencida de que hay alguien al otro lado, pero hay que ver lo que le cuesta manifestarme.
Ahora, esa respuesta ha llegado en forma de publicación en papel, porque aunque a algunos les cueste creerlo, aún hay revistas que afrontan la titánica tarea de sobrevivir como publicaciones impresas.

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Cuando comenzaba con la fotografía, a principios de los noventa, eran dos las revistas que leía con asiduidad. Por un lado la extinta revista FOTO que llegaba a la asociación fotográfica a la que pertenecí, y por otra parte estuve subscrito a FV (Foto-Vídeo Actualidad), una revista que me acompañó en mis primeros pasos y me sirvió de referencia y guía durante mucho tiempo hasta que le perdí la pista.

Ahora es FV la que ha llegado a mi publicando unas fotografías de “Serrano, sombras y luces”  en el número que en este momento está en los kioskos.

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“Serrano, sombras y luces” es un reportaje con el que pretendo mostrar un año en la vida de la calle Serrano de Madrid. Pretendo reflejar el espíritu de la avenida el lujo madrileño, captar el devenir de los diferentes tipos urbanos que la pueblan entre los edificios que definen su área comercial.
El hecho de que haya sido esta revista, a la que le debo bastante de mi formación temprana como fotógrafo, la que haya publicado mis fotografías me proporciona una satisfacción añadida al hecho de verlas publicadas, me da ánimos para continuar con este reportaje y con otros que ya están en proceso.

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Espero que pronto vengan más satisfacciones de ese tipo, mientras tanto siempre nos quedará internet.

Mi página web como fotógrafo

La máxima que afirma que no se es nadie si presencia en internet cada vez resulta más cierta. Hay que dejarse ver y hay que hacerlo de forma correcta y efectiva.

Hasta ahora he mostrado mi porfolio como ilustrador y diseñador en mi web: http://www.elcerebrodelartista.com pero desde hoy ya soy fotógrafo online. Tenía y sigo teniendo algunas de mis fotos en flickr, pero esa es una plataforma desordenada y caótica, así que he creado mi página web como fotógrafo.

 

www.roselinolopez.com

 

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Confío en que lo que allí muestro sea del agrado de los lectores de este blog y de quienes entren a visitarla.

 

La maldita censura

En estos últimos días no se habla de otro asunto en los mentideros fotográficos. En boca de todos está la actitud del ayuntamiento de Barcelona que ha prohibido como cartel anunciador de la exposición World Press Photo, una fotografía de Daniel Ochoa en la que retrata al torero Juan José Padilla durante su vuelta a los ruedos. El ayuntamiento ha argumentado en su descargo que sólo buscaba otras opciones y algún que otro comentario igual de peregrino, pero sea cual sea la explicación de lo inexplicable el asunto es siempre el mismo, la maldita censura.

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Desde que el hombre aprendió a expresar sus emociones a través del arte se vio acompañado por la sombra de la censura, por la amenaza de la intolerancia en forma de prohibición. La fotografía, como toda forma de arte, no ha sido ajena a esta lacra y la ha sufrido con fuerza en todos los momentos de su historia siendo su víctima indefensa pues, no nos engañemos, censura quien puede, quien tiene el poder. Son los poderosos los que reprimen y los que prohiben o intentan prohibir lo que no se ajusta a sus esquemas morales o a sus planes de consolidación. Pero el poder es como la falsa monea, que de mano en mano va, con lo cual a lo largo de la historia han sido diferentes las manos que han manejado la temible tijera.
Ancestralmente el poder lo han ostentado los políticos. Ya sean elegidos por el pueblo o contrarios a la democracia, los políticos de cualquier signo han puesto todo su empeño en censurar la fotografía. No nos olvidemos de que fotografía suele ser sinónimo de verdad y que con una imagen se puede llegar a mucha más gente y de forma más directa que a través de palabras u otras vías. Los políticos censuran para reducir la realidad a la de sus postulados ideológicos y de actuación, para no mostrar otras opciones más que la que ellos anuncian.
En el caso del Ayuntamiento de Barcelona, el partido gobernante ha disfrazado de defensa de los animales  lo que es en realidad una política de separación de una costumbres que ellos consideran contraria a sus fines independentistas, un galimatías ideológico que ha repercutido en la prohibición de lo que no es más que un retrato de una persona que ejerce su trabajo. Ese disfraz de buena intención hacia los ciudadanos hace más grave su actuación pues rebaja la calificación de la inteligencia de los barceloneses que tiene el partido en el poder.
Pero no siempre la censura política ha recurrido a subterfugios para justificarse, sino que ha acostumbrado a actuar sin ambajes.
De la primera guerra mundial no tenemos apenas un testimonio fotográfico a pesar de que en esas fechas el arte de Niepce estaba suficiéntemente evolucionado como para permitirlo, pero una especie de acuerdo tácito, o más bien coincidencia entre las partes prohibió la toma de fotografías. Poco tiempo después, la llegada de regímenes totalitarios como el soviético promovieron la censura. La costumbre del camarada Stalin de modificar fotografías para eliminar aquello que no fuera de su agrado es por todos conocida. Quizás la más famosa fuera aquella fotografía en la que Nikolái Ivánovich Yezhov, comisario político y mano derecha de Stalin fue eliminado después de que cayera en desgracia y fuera ejecutado en 1940. Para Stalin no era suficiente con acabar con la persona, también era preciso deshacerse de su imagen.

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Fueron muchas más las fotografías manipuladas por los gobernantes soviéticos pero en especial por Stalin, que no sólo eliminaba a los que aparecían con él, sino que eliminó a Trosky de una fotografía en la que aparecía con Lenin para borrar su rastro.

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Los motivos por los que los políticos ejercen la censura a veces son ridículos. Hitler en persona intentó destruir unas fotografías en las que aparecía gesticulando aparatosamente. Las fotos fueron tomadas a petición del mismo Hitler por Heinrich Hoffman, su fotógrafo oficial y amigo personal. Afortunadamente este no las destruyó.

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Otro bando en el mismo conflicto propenso a la censura fue el norteamericano, que durante más de sesenta años ha puesto todo su esfuerzo en ocultar cualquier fotografía que muestre los efectos que causaron las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagashaki, por eso conocemos muchas imágenes sobre el aspecto del hongo atómico pero muy pocas sobre el efecto que este causó.

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De hecho la relación de los Estados Unidos con la censura es tan amplia que daría para un artículo en profundidad. En el recuerdo de todos está, por ejemplo, como las fotografías de los abusos cometidos en la carcel de Abu Grahib desaparecieron de google y otros buscadores de forma misteriosa durante mucho tiempo.
La censura política en ocasiones es ridícula, y en su empeño de idealizar a los líderes y protegerles de aquello que les perjudique muchas veces consigue lo contrario, tal y como le ocurrió al gobierno francés cuando prohibió la fotografía tomada a François Hollande en la que este aparecía con un gesto divertido pero ridículo. El efecto conseguido fue el contrario del deseado y la fotografía se difundió por internet debidamente modificada por los aficionados al photoshop que se encargaron de acentuar aquello que se quiso eliminar.

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Si la política es la forma de poder más común, existe otra igualmente poderosa pero cuya forma de actuación difiere pues no obtiene su soberanía de los votos o de las armas, sino del terreno impreciso de las creencias, cuyo calado en la sociedad es más sutil y tal vez más peligroso por eficaz.
La religión, en cualquiera de sus manifestaciones, ha intentado a lo largo de la historia de imponer sus criterios morales sobre los de los demás, y los artistas no han sido inmunes. Casi desde que Miguel Ángel viera los genitales de sus figuras púdicamente vestidos por Danielle da Volterra, conocido como Il Braghettone.
La religión católica ha tapado, recortado, mutilado y eliminado imágenes que no se ajustaban a su concepto de lo correcto allí donde su largo brazo ha llegado. Su empeño en ajustar la realidad a su concepción del mundo no es más que otra forma de demostración del poder, como ya dije antes prohíbe el que puede, y ellos han demostrado que pueden hacerlo en múltiples ocasiones.
En el més de septiembre de este año, sin ir más lejos, el fotógrafo español Gonzalo Orquín vio como sus fotografías de parejas homosexuales besándose dentro de iglesias recibían el veto de la iglesia católica que, dado su enorme poder en Italia, amenazó con recurrir legalmente contra la galería L’Opera de Roma, que clausuró la inauguración de la muestra pero que aún así las expuso.

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La iglesia, como institución, ha manifestado su afición por la censura abiertamente en repetidas ocasiones con más o menos éxito. Es en Italia, país dentro del cual se encuentra El Vaticano, donde su poder es mayor y su presión más costante, como bien puede constatar el fotógrafo Oliviero Toscani.
Las fotos para campañas comerciales de marcas como Benetton que el fotógrafo ha realizado a lo largo de su carrera no han estado exentas de polémica. Su intención ha sido siempre la venta de un producto mediante la provocación, por aquello de que se hable de uno aunque sea mal, y en ese juego ha caído la iglesia de Roma atacando sistemáticamente sus fotografías, en especial aquellas en las que la provocación de Toscani atacaba directamente a los valores sobre los que se cimienta la iglesia católica y el efecto, al igual que con la fotografía de Hollande, ha sido el contrario, ha contribuído a la difusión de las imágenes y por tanto a las ventas de la marca para las que fueron creadas. El nivel hasta el que una fotografía de este autor puede atacar de forma directa a la iglesia varía, pues no es lo mismo fotografiar a un sacerdote y a una monja besándose (provocación directa) que a parejas de homosexuales en actitudes ligeramente eróticas (ninguna provocación), en todos los casos, la Iglesia ha golpeado con su aguijón.

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Esto es en lo referente a la iglesia católica. Las autoridades religiosas musulmanas no acostumbran a andarse con rodeos, su censura suele consistir en la eliminación del fotógrafo o del medio por la vía más rápida y dramática. Y del resto de religiones no tengo constancia.

Cambian los tiempos y cambia el poder, lo mantienen los políticos y la religión, pero toma nuevas formas auspiciadas por las nuevas tecnologías.
Esa trampa seductora en la que todos hemos caído y que recibe el nombre de redes sociales es ahora mismo una de las formas de poder y autoridad más refinada por su sutileza. Detrás de Facebook, Twitter, Instagram o similares y de su labor innegable de cohexión social, están las personas que las crearon y manejan, y como tales están sujetos a ideologías y creencias y a la tendencia natural del ser humano a imporner las suyas propias sobre las demás.
El origen de casi todas estas redes está en los Estados Unidos, un país cuyos valores morales ven con muy buenos ojos la apología de la violencia pero encuentran el mal más absoluto en el erotismo y el sexo. Esta hipocresía de base ha llevado a las redes sociales más importantes a prohibir la difusión de fotografías sólo porque a sus creadores no le resultaban apropiadas.
Al ser la más extendida y la de contenido más variado, Facebook es la que tiene un historial censor más amplio.
No hace mucho saltó a la fugaz fama de internet la fotografía en la que Anastasia Chernyavsky se autoretrataba desnuda con sus dos hijas. Una bellísima imagen que fue retirada por Facebook al igual que lo fuera la portada del disco Night Work del grupo Scissors Sisters. Esta portada reproducía una fotografía de Robert Mappelthorpe, el fotógrafo caracterizado por sus desnudos y escenas homosexuales pero que en este caso había fotografiado de forma inocente los cuartos traseros de un hombre vestido con leotardos.

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Los criterios censores de Facebook son inexcrutables y el motivo por el que una foto es censurada mucha veces es tan turbio que parece obedecer más al capricho de algún community manager que a cualquier otra lógica. A continuación muestro algunas de estas fotografías que fueron eliminadas por la red social sin que nadie tenga una idea clara de por qué.

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No solo Facebook censura, Instagram se ha sumado al carro de la tijera prohibiendo una fotografía en la que una madre amamanta a su hija haciendo yoga, lo que les debe haber parecido el colmo del despropósito.

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Aunque como cualquier forma de censura, esta es deleznable, no hay que olvidar que el que acepta participar en las redes sociales acepta acatar unas normas, que aunque puedan resultar ridículas ante nuestros ojos, han sido aceptadas voluntariamente y a ello hay que atenerse.

Las redes sociales censuran aunque en teoría su función sea la de fomentar las relaciones entre las personas, no separarlas y enfrentarlas. ¿Por qué Facebook o Instagram prohíben si funcionarían igualmente si no lo hiciera? ¿Qué lleva a sus creadores a eliminar fotografías y contenidos más allá de los gustos personales de quienes las manejan?
Es aquí cuando entra en juego el nuevo poder, el menos aparente pero el que en estos últimos tiempos se está convirtiendo en la más poderosa herramienta censora que existe. Hablo del poder de las minorías.
En esta época donde la obsesión por la corrección política se ha impuesto encaminándonos hacia un pensamiento único ñoño y plano, cualquiera se considera con derecho a prohibir lo que vaya en contra de sus componendas morales y mentales. La comprensión y el respeto hacia formas de pensar diferentes a la de cada cual parece ser una reliquia del pasado, ¿Para qué puedo admitir otras opciones si la mía puede ser la única? parece ser la idea más generalizada.
Colectivos feministas o machistas, amantes de los animales o aquellos que les dan muerte, vegetarianos o carnívoros, integrantes de cualquier orientación sexual, cualquier colectivo grande o pequeño se considera con derecho a exigir que el mundo tenga su propia medida.
Hace un par de años, el festival de teatro de Mérida fue noticia en todos los diarios, no por la excelencia de las obras representadas, sino por la polémica organizada alrededor de una exposición de fotografías y de una de esas fotos en particular.
Dentro de la agenda del festival se presentaba la muestra “Camerinos”, del fotógrafo Sergio Parra en la que se retrataba a actores en sus camerinos, justo antes de comenzar la función. Parra realizó unas 60.000 fotografías de grandes actores durante sus preparativos en los camerinos. De entre todas ellas se seleccionaron cincuenta fotografías y sólo una de ellas desató las iras de algunos colectivos. Se trataba de una hermosa imagen que muestra al actor Asier Etxeandía preparándose para actuar en la obra ” Inferno” basada en la Divina Comedia y en la que aparece con un escapulario cubriendo su pubis. Sergio Parra no colocó ninguno de los elementos que aparecen en las fotografías, tan solo tomó las imagen como lo hizo con las demás de la serie.
Cuando esta fotografía se expuso en Mérida, a la dirección del festival le llovieron las quejas airadas de quienes habían visto ofendida su moral por una cuestión religiosoa, si bien no era la iglesia la que actuaba como censora, sino los particulares que, en lugar por optar por no visitar la exposición, decidieron luchar por su prohibición aplicando aquello de que lo que no era bueno para ellos no lo era para nadie. A esta presión se sumó la de alguna dirigente política de la junta de Extremadura. La presión fue tal, que las directoras del festival no sólo acabaron por retirar la imagen, sino que al acabar el festival se vieron obligadas a dimitir de sus puestos.

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Volviendo a Italia, un país hermano en cuanto a la afición por la prohibición, fue el llamado “Instituto de Autodisciplina Publicitaria” el que, en base a una supuesta ofensa a la moralidad, consiguió la prohibición de un calendario publicitario del consorcio de empresas “Vera Pelle Italiana Conciata al Vegetale”, especializado en el curtido de pieles. Las fotografías, que reproducían doce pubis femeninos eran obra, como no, del enfant terrible de la fotografía italiana, el señor Toscani.

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También en Italia ha sido donde las fotografías de Gonzalo Orquín que intentara suprimir la jerarquía católica han sufrido el vandalismo de un grupo de encapuchados que las destrozaron con Spray.

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Pero el más desgraciado ejemplo del poder nefasto de las minorías está en la triste historia de Kevin Carter, el fotógrafo sudafricano que tomó en 1993 la fotografía del bebé senegalés llamado Kong Nyong, famélico y desnutrido,  acompañado de un buitre que parecía estar al acecho esperando su muerte.
No era eso lo que la fotografía mostraba, era sólo la constatación del estado en que el bebé se encontraba. En realidad el bebé estaba atendido y su vida no corría peligro.
Aunque la fotografía le valió un premio Pullitzer fue lo peor que le ocurrió en su vida.
Cuando el New York Times publicó la fotografía, ese ente impalpable pero poderoso que llamamos opinión pública se volvió en su contra. El periódico comenzó a recibir incontables correos y llamadas en las que acusaban al fotógrafo de ser casi un asesino por no haber ayudado al bebé a sobrevivir. Nadie se cuestionó qué ocurrió realmente con el bebé ni mucho menos si un fotógrafo de prensa debe intervenir en cada situación dramática que se le presenta ante sus ojos. Miles de personas se convirtieron en feroces censores que atacaban al fotógrafo y ejercían un oscuro derecho a la prohibición de lo que no les gusta.
La presión fue tan grande que hizo caer a Carter en un estado depresivo profundo y este hecho,  agravado por la muerte de su mejor amigo, le llevó al suicidio.

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No nos libraremos nunca de la censura, es un mal que acompaña al arte como una parásito que le limita la vida. Espero que este texto sea una pequeña sacudida que ayude a desprendernos un poco de la tenaz mordaza de esa rémora.

Los fotógrafos del pánico

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© Paul Hansen

Hasta el próximo día 13 de octubre se podrá visitar en el Círculo de Bellas Artes de Madrid la exposición de las fotografías ganadoras en la más reciente edición del concurso World Press Photo, que busca premiar lo mejor del fotoperiodismo mundial en cada edición.
A la entrada de la exposiciòn, la organización ha colocado una enorme cámara a través de cuyo objetivo se accede a la sala y que sirve para que los visitantes se retraten en su interior de forma jocosa. Reconozco que me sorprendió ver aquella enorme cámara Canon actuando a modo de photocall por lo frívolo de la situación en la antesala de una muestra de fotos donde prima el dolor y la tragedia, pero tal vez sea un signo del quo vadis actual del fotoperiodismo, o al menos del premiado por el World Press Photo.
La sala de Círculo de Bellas Artes muestra una extensa colección de fotografías de indudable calidad  y fuerza pero que no consiguieron que me desprendiera de esa sensación de déjà vu que me acompaña cada vez que acudo a ver este tipo de muestras. No puedo evitar sentir que ya he visto antes las imágenes y que las seguiré viendo en futuras ediciones. No veo nada nuevo, nada que no conozca ya aunque las fotos sean inéditas para mis ojos. Supongo que es inevitable pues los temas siguen siempre los mismos, año tras año, fotógrafo tras fotógrafo.
El dolor, el sufrimiento y la tragedia se mantienen aunque cambien los conflictos, aunque caigan unos tiranos y broten nuevos criminales. La tragedia de una madre que pierde a un hijo es igual en el sitio de Madrid durante la guerra civil que en la guerra de los balcanes o en las calles de Alepo. La muerte tiene el mismo rostro en cada guerra, en cada campo abonado para el dolor, pero los escenarios sociales, políticos y de otra índole han cambiado. Son otros los motivos y otras las situaciones sociales pero no encuentro eso en las fotografías expuestas en el Círculo de Bellas Artes. Sólo veo los mismos recursos de siempre, las mujeres llorando, el humo de las bombas, los cadáveres destrozados, el sufrimiento más visible y más inmediato.
Hace mucho tiempo que echo en falta otro tipo de fotoperiodismo, uno que no esté condicionado por la inmediatez de los medios actuales que exigen tener la foto en el instante para ser mostrada en internet en cuestión de segundos, uno que vaya a la raiz de cada situación, que estudie los factores determinantes de cada caso, que muestre lo que hay más allá de la sempiterna foto de la madre con el hijo difunto en los brazos, de los cadáveres en las calles, que buscan el impacto emocional e incluso sensacionalista por encima del reportaje de fondo, del periodismo con mayúsculas, Echo de menos a Robert Capa, a Eugene Smith, a tantos otros que fotografiaron desde las raíces y a fondo cada conflicto al que acudieron rehuyendo la fotografía fácil que busca el impacto pro encima del reportaje de fondo.
No culpo sin embargo a los fotógrafos, no me cabe duda de que los premiados son grandes profesionales que realizan su trabajo en base a las exigencias de las publicaciones actuales, que son víctimas de nuevos estilos, nuevos modos de entender el periodismo más preocupados por lo inmediato, lo que demanda la sociedad de la televisión privada y de las noticias al instante en internet.
Los medios actuales de difusión de la noticia no sólo influyen negativamente, según mi particular opinión, por su inmediatez y tendencia al sensacionalismo, sino por su abundancia, pues esta da lugar a una saturación visual que insensibiliza al espectador ante la visión del dolor. Hemos visto ya tantas imágenes de personas que lloran la muerte de un hijo en sus brazos, hemos visto ya tantos cadáveres entre escombros, tanta muerte y destrucción, que un nuevo visionado sólo produce indiferencia. De este modo, ante una fotografía tan desgarradora como la del fotógrafo Paul Hansen, ganadora del primer premio, se ha comentado mucho más la anécdota ridícula de un posible retoque de colores que de la tragedia de la que es testigo y portavoz.
Es este un asunto complejo, la prevalencia del impacto en el ojo sobre el impacto en la conciencia, de la inmediatez sobre el reportaje de fondo se va adueñando del fotoperiodismo actual y no parece que la situación vaya a cambiar, ni siquiera sé si debe cambiar o este el derrotero que le corresponde seguir. El dolor es universal y se debe mostrar para intentar evitar su repetición, y no siempre es posible hacerlo al antiguo modo.
La exposición del World Press Photo muestra el trabajo de grandes profesionales y constituye por si misma un retrato de la situación actual del mundo no sólo en su aspecto más trágico. Hay trabajos en categoría de vida cotidiana como los de Søren Bidstrup y su familia o el de las trabajadoras sexuales de Paolo Patrizi que me recuerda tanto a “the waiting game” de Txema Salvans. O las magníficas fotografías de naturaleza de Paul Nicklen y sus pinguinos emperadores o el tiburón ballena de Thomas P. Peschak. Me encanta la fotografía de la mujer lectora en un vertedero de Micah Albert por su poesía y belleza dentro de la situación dramática sobre la que informa. El retrato cotidiano de los Oglala Lakota realizado por Aaron Huey o el retrato desgarrador pero hermoso de Natalia obra de Felipe Dana son muestras de que otro fotoperiodismo es posible.

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© Felipe Dana

Creo que la exposición sólo es la muestra de un mal endémico del periodismo actual pero no es su causa y bien merece una visita, aunque sólo sea para después subir a la segunda planta y disfrutar de la exposición antológica de Catalá Roca a la que sólo puedo calificar de imprescindible para cualquier aficionado a la fotografía.