¡Cámaras si, por favor!

¡No soy un criminal!

Disculpen ustedes la vehemencia con la que comienzo este texto, pero creo necesario alzar la voz y dejar claro que los fotógrafos no somos criminales, las cámaras no son armas, no robamos ni cometemos agresiones.
Ya escribí otra entrada en este mismo blog tratando este tema que cada vez me preocupa más, la criminalización del fotógrafo por parte de instituciones, lugares y personas, cada uno por sus motivos diferentes, todos equivocados según yo lo veo. Desde hace un tiempo siento que los motivos que me llevaron a escribirlo se han intensificado, y por ello me lanzo a una nueva reivindicación.
Comencé a tomar fotografías a finales de los años ochenta y, desde entonces, he pasado algunos de mis mejores momentos pateando las calles ocupado en la toma de fotografías. En este tiempo he observado un cambio en la actitud de los que se encuentran con un fotógrafo en la calle. Antes, la gente sonreía por instinto ante la visión de una cámara, incluso posaba, ahora su gesto es de recelo y desconfianza cuando no de hostilidad.
Ignoro el motivo real de este cambio pero puedo achacarlo a un malentendido generalizado. Desde que un puñado de famosos de medio pelo comenzó a dar la lata en los medios reivindicando su derecho a la propia imagen y a no ser “robados” si no había dinero de por medio. Tal vez sea este el origen de un sentimiento que se ha instalado entre muchas personas, el que confunde el uso no autorizado de la imagen de alguien, con nombre y apellidos, con la toma de fotografías callejeras a rostros anónimos.

Empiezo a estar muy harto de sentirme vigilado y condenado de antemano cuando voy por la calle con la cámara en la mano. Harto de que alguien, en actitud hostil, se me acerque y exija ver mis fotografías porque presume que ha sido fotografiado (Curioso, casi nunca ha sido así). Harto de explicar que mis fotos son mi obra y que la muestro a quien yo decida, que no me pueden obligar. Harto, muy harto, de ser amenazado con llamar a la policía mientras me pregunto qué delito cometí. Harto de tener que zanjar la situación de la forma más rápida y pacífica posible, insistiendo en que para nada me interesa tomarles una fotografía, pues si les explico que la policía tampoco tiene poder para hacer que muestre mis fotos, que sólo me podría obligar un juez, la cosa puede acabar mal.
Qué pesado se hace tener que explicar constantemente a mis alumnos de cursos de fotografía o a quienes ven mis fotografías, que no robo nada, que no he vulnerado ningún derecho. Que no he violentado la intimidad de nadie si mis imágenes han sido capturadas en plena calle. Que si alguna de mis fotografías pudiera tener algún valor o interés, no es por la identidad de quien en ella aparece, sino por la escena captada, por la luz, el color o cualquiera de los elementos que dan interés a la fotografía. No soy un paparazzo, no fotografío personas concretas por el beneficio que su imagen me pudiera proporcionar, sólo documento la vida en las aceras, fotografío por puro placer, no por lucrarme. Tomo un registro del mundo que nos ha tocado vivir en este principio de siglo. No hago más que lo que hicieron muchos de los grandes maestros (sin estar a su altura, claro), sin ellos no sabríamos ni la mitad de lo que sabemos sobre las sociedades de sus épocas.

En cada esquina hay una cámara de seguridad, un móvil haciendo un selfie. Nuestra imagen queda captada y registrada a cada paso que damos, pero el rechazo sólo se manifiesta hacia lo que algunos llaman “cámaras buenas”, no hacia un móvil o una cámara de vigilancia. Ahí está el problema, que en el fondo de todo esto se encuentra el poderoso caballero. Que lo que parece irritar a tantos no es haber sido fotografiados, sino que la fotografía en la que aparece su imagen pueda tener suficiente calidad como para generar dinero a sus expensas. Insisto en la diferencia entre paparazzis y fotógrafos de calle, es importante.
Sucede, además, algo curioso. Son muchos los que se oponen a los fotógrafos que salimos a fotografiar las calles, pero corren al kiosco a comprar el último número de National Geographic, porque salen unos negritos muy monos. Parece ser que no hay derechos en otros países, en otras culturas, sólo los supuestos derechos particulares de cada uno.

Esta persecución contra la fotografía no afecta sólo a los peatones, por desgracia se ha extendido y son muchos los que sacan provecho del miedo a la cámara mediante prohibiciones y tasas.

¿Por qué está prohibido tomar fotografías en edificios desde la calle? ¿Por qué se prohibe tomar fotografías, por ejemplo, en una iglesia sostenida con el erario público? En estos casos la cuestión es más grave, pues además se cobra entrada a edificios que todos pagamos. ¿Qué daño puedo hacer yo en un templo con una cámara? ¿Por qué no puedo tomar fotos en mercados, estaciones y un larguísimo etcétera de lugares vedados a la fotografía?. A no ser que el fotógrafo pague, en ese caso, se acabó el problema. ¿Y el flash, es una nueva arma de destrucción masiva? Entiendo que el flash en un museo esté limitado, tiene lógica, pero no en cualquier sitio por sistema.
Se prohiben las cámaras en centros comerciales y lugares públicos, pero nadie impide los teléfonos móviles que registran cada rincón del mundo con sus lentes. Se prohíben los trípodes, pero no los odiosos palos de selfie que se han convertido en una plaga, un virus que infecta las fotografías de lugares célebres, cada vez más difíciles de fotografiar sin un palito por delante.

Perdonen, como decía, la arenga, pero me siento hastiado con esta materia, llevaba tiempo pensando en escribir sobre ello, tomando notas, y este artículo en Xatakafoto me ha animado a hacerlo, creo que debemos ser muchas las voces que reivindiquemos este asunto. Me indigna esta cuestión, no tanto por ser fotógrafo, sino porque considero que es injusta, absurda, que nace del desconocimiento y que, tal vez, pueda contribuir a solucionarlo con este texto. 

Se me ha ocurrido una idea, bastante peregrina, pero aquí la dejo. He creado un diseño que he situado al comienzo de este artículo, es un simple emblema reivindicando la fotografía. Pinchando en la imagen se puede acceder al diseño en tamaño mayor para imprimir, pegar, o difundir. Para que se convierta en un lema, para que difundamos el amor por la fotografía. A ver si entre todos aportamos algo de cordura.

9 thoughts on “¡Cámaras si, por favor!

  1. Gracias, me parece una propuesta muy acertada que personalmente secundo, con tu permiso voy a utilizar este logo en cada lugar que pueda, yo también estoy cansado de dar explicaciones a cualquier exaltado que se piensa que le estas robando el alma con la cámara y que realmente no le interesa otra cosa que generar conflicto.

  2. Muy buen artículo. Me ha pasado que estando en un curso de fotografía teníamos que hacer fotos de reflejos y que mejor que las vidrieras de un centro comercial. Comenzamos a hacer las tomas y la seguridad nos dijeron que solo podíamos tomar fotos generales del lugar pero no de las vidrieras ???
    Ahora como bien dices en el artículo cualquiera con un móvil puede hacer las mismas fotos y nadie le dice nada. Como si no pudieses publicar o lucrar con las fotos tomadas con un móvil. Hay sobrados casos de portadas de revistas y trabajos periodísticos realizados con móviles.
    Estamos en una época de paranoia frente a las cámaras “profesionales” que no se de donde ha salido. Me han dicho en la calle que no puedo fotografiar a la gente sin pedirles permiso ???

  3. Si loco ta bien entendemos. Mas no se preocupe. Eso es ínfimo. Si vamos analizar el comportamiento humano como un todo. En los ultimos 50 años el cerebro terraqueo paso por una transformacion extremamente peligrosa. Creo que la glandula pineal abrio el bico

  4. Tampoco estaria mal empatizar con la gente a la que va a fotografiar y pedir permiso, aunque solo fuera con una sonrisa de complicidad y si no
    quieren no hay foto.

    • Eso es algo que solo funciona en la teoría por varias razones.
      1. No se trata de retratar a alguien, sino de captar una escena que es interesante por lo que ocurre o simplemente por las luces, los colores. No se fotografía a una persona por quien es, por su nombre y apellidos, sino como parte de un todo.
      2. Si se pide permiso desaparece la espontaneidad. Aunque el sujeto retratado esté conforme, ya se ha perdido el momento, estará posando y ya no se dará la circunstancia que hacía interesante la fotografía.
      3. Visto desde otro punto de vista. Mostramos nuestra imagen en las redes, nos graban las cámaras de seguridad, usamos avatares con nuestros rostros o los de los seres queridos en cada app, vivimos en un mundo en el que regalamos nuestra imagen. ¿Por qué se desconfía de un fotógrafo? Es más, no se desconfía de cualquier fotógrafo. Si alguien se hace un selfie frente a mi voy a aparecer en la foto. Si alguien tiene una conversación de video frente a mi, aparezco en esa cámara, si un equipo de televisión graba la calle, yo aparezco, pero nadie parece reaccionar contra esas situaciones, solo ante el fotógrafo.
      No somos una amenaza ni unos delincuentes, que no se nos trate como a tales.

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